viernes, 18 de octubre de 2013

Espinas y parches

El mismo camino estrecho me llevaba de vuelta a la civilización, con plantas de metro y medio de altura a ambos lados. Y la sensación de que nadie había caminado por ahí en meses se hacía patente cuando iba apartando ramas de mi camino y sus espinas se quedaban en mis zapatos.

Mi estilo de escribir nunca ha sido éste, y supongo que no voy a cambiar ahora, de repente. Pero seguí caminando y atravesé zonas no muy agradables, con ciertos olores típicos de bandas que me observaban con un pensamiento de "¿qué coño hará por aquí este pringao...?". Sin embargo, y viviendo una de esas casualidades escritas (como todas las que componen nuestro mundo), me encontré con la persona que antes me había despertado.

Esa vuelta a casa llevaba un mensaje especial que se me quedó grabado, como todas las cosas sencillas que viví aquel día. Proyectos de locuras de niñatos que acaban de cumplir la mayoría de edad, los típicos comentarios de siempre, las mismas espinas clavadas, mil sueños por cumplir... Un intento de juntar un pasado lleno de vida con un presente vacío de esperanzas, vacío de chispazos. Una apuesta de futuro que exige lo mejor de ti, paciencia y pasión para los momentos difíciles.Y que, como siempre, al final nunca pasa nada.

Aquel día no era el perro viejo herido que soy ahora. Pero, como ahora mismo, también exageraba y dedicaba a todo una importancia que bien no se correspondía con la realidad. Aquella tarde entendía las sensaciones pero no imaginaba los acontecimientos que vendrían después. Aquella noche, como llevaba haciendo tantos días, le puse otro parche al corazón.

lunes, 14 de octubre de 2013

Paseando sin rumbo


Era una tarde más de agosto. Quizás evadirme a aquellos momentos ahora me resulta un poco gris. Era una época distinta de la que apenas han pasado dos meses. El calor de las primeras horas de la tarde me hacía tirar mi valioso tiempo frente a la Wii, jugando a uno de esas grandes joyas del entretenimiento digital como es el Mario Fútbol. Al menos mi ironía sigue intacta. 

Con esas armas, uno intenta calmar la necesidad de contacto social. Amigos desperdigados por la geografía ibérica, de Portugal a San Sebastián. Y, para qué mentir, uno también extraña esos besos con sabor a jamón, esos "creo que te amo" entrecortados... Y cuando, después de varios años intentándolo, ganas la liga, decides apagar la consola, e intentar calmar esos remordimientos a base de música y camino.
Sin rumbo, eché a andar, y me fui encontrando a mi paso más de media infancia mía. Pasar por ese supermercado dónde una vez me abrí la cabeza, atravesar parques dónde me dejé mis rodillas jugando al fútbol con desconocidos. Y ver que aquel tobogán del que era el rey ya no está.

Mi paseo improvisado me llevó a bordear toda mi ciudad, en exceso. Di una bonita vuelta al parque del Olivar, desde donde ver el cementerio me hacía susurrar una oración para mis adentros. Tenía todo el tiempo del mundo para recorrer mis recuerdos, para malgastar mi tiempo, aislarme escuchando Corre y desear una compañía que se sabía lejos, arrebatada.

Quizás aquella tarde descubrí algo más. No sólo conocer pinares, polígonos, fábricas, caminos, fronteras municipales o centros comerciales... Sino que aprendí a improvisar sin rumbo. A seguir a mi musa, sin cansarme de caminar, sin saber dónde podía acabar. Más o menos como ahora. 13 kilómetros absurdos, que desembocaron en una ruta de 40 centímetros de ancho, sólo ida.

El ruido de un ochentero tren de RENFE interrumpió mi paz. Me encontraba en un desértico "Parque forestal del sur". Entonces Carlos hizo sonar mi teléfono, rompió el monopolio de mis auriculares y de mi soledad, y decidí salir a su encuentro. No era necesario volver a casa solo.