lunes, 14 de octubre de 2013

Paseando sin rumbo


Era una tarde más de agosto. Quizás evadirme a aquellos momentos ahora me resulta un poco gris. Era una época distinta de la que apenas han pasado dos meses. El calor de las primeras horas de la tarde me hacía tirar mi valioso tiempo frente a la Wii, jugando a uno de esas grandes joyas del entretenimiento digital como es el Mario Fútbol. Al menos mi ironía sigue intacta. 

Con esas armas, uno intenta calmar la necesidad de contacto social. Amigos desperdigados por la geografía ibérica, de Portugal a San Sebastián. Y, para qué mentir, uno también extraña esos besos con sabor a jamón, esos "creo que te amo" entrecortados... Y cuando, después de varios años intentándolo, ganas la liga, decides apagar la consola, e intentar calmar esos remordimientos a base de música y camino.
Sin rumbo, eché a andar, y me fui encontrando a mi paso más de media infancia mía. Pasar por ese supermercado dónde una vez me abrí la cabeza, atravesar parques dónde me dejé mis rodillas jugando al fútbol con desconocidos. Y ver que aquel tobogán del que era el rey ya no está.

Mi paseo improvisado me llevó a bordear toda mi ciudad, en exceso. Di una bonita vuelta al parque del Olivar, desde donde ver el cementerio me hacía susurrar una oración para mis adentros. Tenía todo el tiempo del mundo para recorrer mis recuerdos, para malgastar mi tiempo, aislarme escuchando Corre y desear una compañía que se sabía lejos, arrebatada.

Quizás aquella tarde descubrí algo más. No sólo conocer pinares, polígonos, fábricas, caminos, fronteras municipales o centros comerciales... Sino que aprendí a improvisar sin rumbo. A seguir a mi musa, sin cansarme de caminar, sin saber dónde podía acabar. Más o menos como ahora. 13 kilómetros absurdos, que desembocaron en una ruta de 40 centímetros de ancho, sólo ida.

El ruido de un ochentero tren de RENFE interrumpió mi paz. Me encontraba en un desértico "Parque forestal del sur". Entonces Carlos hizo sonar mi teléfono, rompió el monopolio de mis auriculares y de mi soledad, y decidí salir a su encuentro. No era necesario volver a casa solo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario